Su voz es triste y es muy azul. Trae pinceladas espesas de una tristeza nostálgica. Son tristezas viejas que quedan grises. Las tristezas nuevas, que son frescas, son azules brillantes. Con el tiempo quedan con una capa de polvo, de tierra que construye una laca que a veces adquiere su propia textura como una costra montañosa.
Tiene frío y es seco el aire de sus consonantes que surge de un lugar profundo, cercano al corazón. Es el tipo de azul oscuro de los atardeceres, cuando cae la noche pero el cielo aún brilla.
Sus sonidos propios del presente nadan en aguas puras y nuevas, aclaran y nadan, como sirenas. Van hacia su centro y con su aliento empañan y con sus manos cálidas y suaves remueven los grises y queda solo el eco del agua, la paz de rayos de luz que llegan desde la superficie y calientan lo que estaba frío.
Jevgenia tiene el poder de limpiarse a sí misma, lo sabe, pero aún no sabe que lo sabe. Soy testigo de su poder, del poder de su nuevo ser, piensa que está perdida pero no lo está.
En su cantar se escuchan suavidades hipnóticas, es tan celeste, tan curva, tan blanda, tan madre.
